lunes, 18 de octubre de 2010

Conferencia sobre sexualidad humana en la sede de DUNAS en St María de la Alameda


Buenos días, tal vez la primera pregunta que acude a nuestro encuentro al hablar de sexualidad sea ¿qué es la sexualidad?, ahora bien, sabemos que no hay dos imaginarios iguales y el árbol que la señora de mi izquierda dibuja en su pensamiento al escuchar la palabra árbol nunca es, ni será, el mismo que el árbol imaginado por el señor sentado a mi derecha al escuchar ese significante; además siempre hablamos desde una teoría o desde una ideología.
Si respondiésemos a nuestra pregunta desde la ideología que suele habitar en la opinión popular transmitida generalmente por los medios de comunicación, e incluso me atrevería a decir por la mayoría de los centros educativos, posiblemente diríamos que la sexualidad hace referencia al coito y consiste básicamente en la unión de los órganos genitales con fines reproductivos; es posible que también incluyéramos en esta explicación actos como la masturbación o el beso, aunque tal vez en este último caso exista quien muestre ya su desacuerdo, alegando que el beso de un padre a su hijo no tiene nada de sexual.
Como vemos la ideología imperante hace equivaler sexualidad con genitalidad y quizás alguien de ustedes me pueda decir: ¿y acaso no es así?, ¿ qué puede ser si no la sexualidad?, ¿pintar un cuadro?.
Pues bien, gracias al hercúleo trabajo de Sigmund Freud, que descubrió las leyes del funcionamiento psíquico y de Jaques Lacan quien permitió leer los textos freudianos más allá del inevitable prejuicio que todo lo nuevo desencadena siempre en nosotros, podemos decir que la sexualidad en el animal hablante que es el hombre y la mujer no es sólo genitalidad, aunque también la incluye.
La sexualidad en el humano será todo aquello tocado por la palabra, es decir, será a través del lenguaje como llegaremos a construir la función sexual que servirá también a la especie en su vertiente de genital procreación pero no sólo. La genitalidad y la procreación son una exigencia de la especie para continuarse, que en el humano estará perturbada por la palabra.
Es este nuevo nivel de objetividad uno de los fundamentales aportes del psicoanálisis a la historia de las ciencias, al destacar que no se trata del sueño soñado sino del sueño contado, que lo que me paso es aquello que digo que me paso, que además se va a perder en lo que el otro escucha de aquello que yo digo. Y este aparente trabalenguas es un forma entre otras de expresar que somos un relato, que aprendemos a hacer el amor no en su práctica de ejercicio gimnástico sino por la palabra, por la instauración del orden simbólico que es introducido con la prohibición del incesto, con la presencia del “no”, “no con tu padre” “ no con tu madre ”; renuncia que abrirá la posibilidad de una vida entre otros, por eso que cuando decimos que no podemos encontrar pareja y nos dolemos de esa realidad, dolor que siempre es cierto, podría pensarse que ya la tenemos.
Vamos a ir viendo que el humano es ciego a su hacer, que las cosas nunca son lo que parecen, que la conciencia es un órgano perceptivo y como tal ilusorio; que nuestros actos están siempre determinados por el deseo inconsciente, es decir, algo en nosotros nos gobierna, no somos dueños de nuestra propia casa; verdad que viene a develar la ciencia psicoanalítica y que el narcisismo del sujeto nunca tolerará del todo.
La función sexual no viene dada, nada en el humano viene dado, todo tendrá que construirse, incluso la enfermedad, y el deseo será siempre el motor.
Y ¿cómo se construye entonces la sexualidad en el ser hablante?: la principal caraterística del desarrollo sexual es que tiene un arranque bifásico, es decir que durante la primera infancia que alcanza hasta los cinco o seis años años acontece un primer florecimiento, estructurado en varias etapas que a continuación expondremos, etapas que si bien vamos a estudiarlas como algo sucesivo en un intento de aprehenderlas, debemos tener en cuenta que suceden en realidad como algo simultáneo; este primer despertar de la energía sexual, a la que en psicoanálisis llamamos libido viene seguido por un periodo denominado periodo de latencia que se extiende desde los seis u ocho años hasta el comienzo de la pubertad, cuando se produce una segunda etapa de intensificación de la actividad sexual que culminará en la metamorfosis de esa sexualidad infantil, precipitada inconsciente, en una sexualidad adulta.
¿En qué consiste entonces esa sexualidad infantil, a expensas de la cual se forma la sexualidad adulta?
En el texto “Desarrollo de la libido y organizaciones sexuales” Freud expone que
a partir de los tres años, la vida sexual del niño presenta multitud de analogías con la del adulto, a la par que esenciales diferencias que a continuación decribiremos en detalle, si bien el desarrollo sexual ha comenzado ya tiempo atrás atravesando una serie de fases a las que da el nombre de pregenital y que estarán seguidas por una etapa llamada fálica donde las tendencias genitales parciales desempeñarán un papel principal, aunque todavía el resto de las otras tendencias parciales como el placer de la boca o la voluptuosidad de la zona anal no estén aún sometidas a su primacía, algo que ocurrirá durante la metamorfosis de la pubertad
Debemos recordar que si bien presentamos este desarrollo como algo lineal, se trata más bien de un acontecer simultáneo, donde las etapas se solapan y alternan.
La fase más primitiva de estas organizaciones sexuales infantiles es la oral; el gusto de la boca, que encuentra su primera experiencia de placer apoyada en la alimentación, es decir, en un principio la necesidad y el deseo están unidos, son una misma cosa; por eso que habrá una tendencia en el humano a confundir lo que necesita con lo que desea, por eso que a veces las relaciones matrimoniales o de pareja las transformamos en vez de en una suma de dos seres deseantes, con distintos ritmos pulsionales y apetencias, que comparten tiempo vital en relaciones de necesidad, donde cada uno está sometido al otro o donde el otro me completa, como manifiestan frases del tipo “ya encontré a mi media naranja”.
El elemento erótico que extraía su satisfacción del seno materno o subrogados va a conquistar su independencia con el chupeteo, que muestra otro de los principales rasgos de la sexualidad infantil: el autoerotismo, esto es , el hallazgo de la satisfacción en el propio cuerpo.
Así pues, la sexualidad infantil nace apoyada en las funciones fisiológicas como la alimentación, es autoerótica y se compone de tendencias o pulsiones parciales, como la pulsión oral.
Otra zona de gran excitación es la zona anal, siendo las tendencias sexuales de carácter sádico las que van a desempeñar una mayor primacía durante este periodo pregential.
En este etapa los niños muestran un especial interés por los excrementos, que aunque pueda resultarnos tremendamente extraño cumplen en el psiquismo humano la función del primer regalo.Es fácil observar como los niños más pequeños cuando están en los brazos de alquien a quien aman ensucian con excremento su pañal, podríamos decir en aras de una mayor comprensión que “se cagan encima”; forma de amor o de elección libidinal que en la vida adulta toma a veces presencia y se manifiesta en una suerte de maltrato, donde la relación con el objeto de amor se perfila en torno al daño.
Este recorrido de la pulsión sexual en su constitución va alcanzar su máximo esplendor durante esta primera etapa anterior al periodo de latencia en la llamada fase fálica,(fálica porque no existe aún la diferencia sexual en tanto los niños atribuyen el mismo órgano genital a ambos sexos) donde las sensaciones de placer emanadas de los órganos genitales adquieren preferencia. En esta época, en torno a los cuatro o cinco años es fácil ver a los niños acariciarse frecuentemente sus genitales de manera más o menos clara.
Ahora bien,la función sexual no es puramente somática como tal vez pudiera parecer sino que ejerce a la vez su influencia sobre la vida anímica y la vida corporal.
Todas estas sensaciones corporales que el sujeto infantil experimenta en distintas zonas de su cuerpo están asociadas con determinadas formas de pensamiento, con determinadas formas de amor, amor que siempre es sexual; dice Freud: “ Hablamos de amor cuando las tendencias psíquicas del deseo sexual pasan a ocupar el primer plano, mientras que las exigencias corporales o sexuales, que forman la base de este instinto, se hallan reprimidas o momentáneamente olvidadas.
¿Y cuál es el primer objeto de amor en la infancia? ¿a quien se ama en la infancia? probablemente todos ustedes estarían de acuerdo conmigo en señalar como el primer amor de todo niño a las personas que se ocupan de sus cuidados, que generalmente son los padres. Sin embargo si continuamos un poco más y les pregunto ¿creen ustedes que este amor tan evidente de los niños hacia quienes ocupan la función de padre y madre es un amor sexual?, puede que en este caso no aparezca el unísono acuerdo que antes alcanzamos juntos.Tal vez nos resulte en un principio difícil pensar en el amor entre padres e hijos como sexual si bien la observación directa de los niños más pequeños ofrece patentes muestras con declaraciones del tipo: “mamá cuando sea mayor me voy a casar contigo”, “ábrete de piernas que pasa el trenecito”.
En realidad es porque aún se asocia lo sexual con lo estrictamente genital y además la genitalidad se tilda de algo sucio, perverso que pueden provocar espanto o rechazo estas afirmaciones.
Toda relación afectiva es siempre del orden de la sexualidad pero inhibida en su fin, que es el coito; y es precisamente esta sublimación de la energía sexual lo que produce relaciones de amor tan intensas como las existentes entre padres e hijos o en la amistad.
Durante este primer despertar del impulso sexual, que más tarde es reprimido en el periodo de latencia, cuando se forman los diques del pudor, la repugnancia y la compasión que encauzan a la pulsión sexual o libido, van a suceder varios acontecimientos necesarios en la vida de todo sujeto.
En un comienzo mítico el niño desea lo que la madre desea, y ella es para él un ser omnipotente, que todo lo puede frente a su fragilidad inicial. Será cuando la madre desee otra realidad que no sea su propio hijo o hija que éste podrá entrar en el mundo del deseo, es decir, es por medio de la decepción de no ser el único para la madre, de la aparición de los celos frente a la presencia de otros que también cautivan el interés de esa madre omnipotente en los ojos del pequeño enamorado, que se produce la entrada en el circuito del deseo; y ese otro causa del deseo de la madre, que va a desposeerla de la atribución de omnipotencia que el niño le construyó (en psicoanálisis decimos que la madre queda castrada) no se refiere a la presencia física de un padre, sino a la presencia simbólica, al padre como nombre, pues el padre está en las frases que la madre brinda al niño y sólo después sabremos si ella le permitió acceder a ese significante o por el contrario hizo creer al niño que sólo provenía de madre.
No será hasta el advenimiento de la pubertad cuando se adquieran los significantes hombre y mujer que introducirán la diferencia sexual y el gran interrogante de la procedencia de los niños , pregunta que el infantil sujeto no llegó a encontrar cómo responder (primer fracaso necesario que en algunas personas conlleva un abandono posterior en su vida adulta de cualquier otra actividad intelectual), hallará por fin una solución al incorporarse el conocimiento de la existencia de la vagina y el semen, mientras las distintas tendencias parciales formarán una síntesis al servicio de la reproducción.
La sexualidad en el hombre y en la mujer es una construcción como vemos muy compleja estrucurada por la función de la falta, donde la completud es tan sólo una ilusión a desterrar, porque nunca podré tener al otro, ni dejar de ser para la muerte y en la aceptación o no de ese destino ulula la posibilidad de una vida humana entre otros.