Sobre la mañana de blanco monte vive la luciérnaga; espera en su cueva nueva que un nuevo rayo la convoque a bailar soles al mediodía. Ella que de noche debiera habitar su cuerpo hecho parar luz, prefiere saberse en el día entre las rotas alas de algún mosquito. ¡Pobre luciérnaga amada!, tan olvidada de su destino propio aloja su suerte donde sólo hay ausencia.
Ayer la vi, estaba más hermosa que en otras ocasiones, me acerqué a su falda y le pregunté:
- ¿qué pasó, belleza nueva?, ¿quién hizo de ti su dicha?
Ella me miró como quien besa una atalaya helada a la sombra de un alámo hermano del río.
- ¿quién hizo de mi su dicha?....no, no tú no comprendes aún; soy yo quien se abandonó en la dicha al recorrer las calles de ese quien.
Sus alas palpitaban inquietas, brillos azulados, verdes, violetas nacían de aquellas dos transparencias anidadas por un sol, cuerpo de luz como flor naciente, todo en ella era alegre, alegre igual que el día nuevo y recién por comenzar.