Aquella tarde ella supo que iban a separarse, un olor a aceitunas tristes tocaba las paredes del aire, eran las nueve de la noche y él en la mesa insultaba sus maneras de hacer:
-Caray, hoy has tenido tres nuevos clientes si sigues así te vas a hacer millonaria.
-Bueno, ya era hora, este verano sólo hubo avispas en los pies.Además que a mi me vaya bien a ti también te favorece ¿no?
Él sintió que un escalofrío de hierro apretaba sus vísceras, quiso decirle algo más, pero no pudo y calló, de repente la puerta sonó y ella corrió a ver quién era. Al otro lado un sonido de carreras infantiles descubrió la sorpresa.
-son otra vez los niños del vecino; cómo me gustaría criar a uno, este año cumplo 41 años.
-pero qué dices, estamos jodidos, sin un puto duro y a ti se te ocurre pensar en parir, vamos, no me jodas, a veces pareces imbécil.
-oye Paco, tu no sabes hablar sin insultar
-no y además yo no pienso tener niños, a ver si te enteras.
Ella se miró los zapatos y pensó que aquel hombre a quien había elegido como marido hacía tiempo que le resultaba insoportable, siempre tan cercano a lo propio, tan rápido en ignorar lo que laboriosamente trabaja. Estaba cansada de su voz raspada, sujeta a las palabras más burdas y monótonas. Pero sobre todo estaba cansada de amar a hombres así.