martes, 22 de febrero de 2011
LA AGRESIVIDAD EN LAS PAREJAS
Podemos comenzar por acotar el concepto de agresividad: qué es y a quién afecta.
Cuando hablamos de alguien como una persona agresiva es habitual que dicha referencia haga alusión a quien rompe objetos o agrede a otros. Sin embargo, esta interpretación adolece de cierta confusión entre los términos agresividad y agresión, que si bien pueden estar en relación, en el sentido de ser la agresión uno de los puertos posibles para la agresividad, no son lo mismo, de tal forma que la agresividad no necesariamente desemboca en agresión.
En un primer intento por diferenciarlos, conviene apuntalar el concepto de agresividad en relación a tendencias que pueden expresarse de formas muy distintas: como ira, tristeza, límite o agresión.
La agresión puede, a su vez, manifestarse con el ingenio de una frase o con la prehistoria del golpe; siendo la agresión verbal la única que entraña cierto grado de renuncia al impulso destructivo, exigencia que toda civilización para ser tal impone.
En las parejas es más fácil que en otro tipo de relaciones dar el paso a la agresión física, porque el contacto carnal está permitido en ella por definición.
Se puede entonces decir que la agresividad es una tendencia, un impulso constitutivo, mientras que la agresión se presenta como uno de sus posibles resultados, que además puede incluso aflorar en modos muy elaborados, como la respuesta de aquella mujer a quien su hijo, después de grandes dificultades, por fin comunica su homosexualidad y ella, envenada de desprecio, carga con toda su ira verbal: "y yo que pensaba que eras impotente".
Como iremos viendo, la agresividad puede ponerse al servicio de otros haceres, siendo así que sólo cierta cuota de agresividad nos permite levantarnos en el frío invierno a las seis de la mañana o tener la firmeza necesaria para poner los límites que todo niño requiere para crecer con salud.
Siguiendo este curso de pensamiento, que enlaza la agresividad con tendencias anímicas constitutivas, entramos de lleno en el debatido asunto acerca del innatismo o no de los impulsos crueles. Algunas corrientes de pensamiento representadas en su más aquilatada expresión por la figura del pensador ilustrado Jean-Jaques Rousseau sostienen, que el hombre es bueno desde el primer momento de su gestación, nace bondadoso y es precisamente la civilización quien pervierte estas admirables actitudes neonatales. Sin embargo, todo aquel que haya participado de la convivencia con algún pequeño ha tenido oportunidad de observar que el niño, lejos de carecer de impulsos agresivos y hostiles, no duda en utilizar los medios más letales cuando así le parece necesario; ilustremos, no obstante, esta realidad psíquica con el relato de una profesora que explicaba sorprendida (probablemente porque ella también prefería pensar que el hombre es bueno por naturaleza) como un alumno de cinco años se alzaba, como titán en batalla, con una silla que apenas podía sujetar, en persecución de otro compañero que había osado quitarle su lapicero.
Y si el amor, que siempre ciega, nos impide ver estas naturales inclinaciones de nuestros hijos, la historia de la civilización con su larga serie de asesinatos y atrociades no podrá callar su existencia.
La agresividad es en definitiva algo constitutivo, que está presente, en mayor o menor cuantía en todos los humanos y será la renuncia a estos impulsos agresivos la más exigente demanda que la civilización nos impone, al mismo tiempo que la base de las más nobles actitudes humanas, como la bondad.
Ahora bien, esta renuncia no es algo que acontezca de una vez por todas, sino que sucede cada vez que entro en relación con otros.
Las relaciones de pareja no están libres de estos condicionantes e incluso por alguna de sus particularidades, como es una marcada preferencia por la exclusividad, pueden padecer con más frecuencia vivencias agresivas. Veamos a continuación cuáles son las causas psíquicas que favorecen la eclosión de estos impulsos agresivos en la pareja y potencian la agresión:
• RELACIÓN ESPECULAR:
Con éste termino hacemos referencia al complejo mecanismo psíquico que consiste en la identificación narcisista a un rasgo del otro. La elección de pareja puede estar condicionada porque percibo en el compañero, sin participación de la conciencia, algo que soy, que fui o que quisiera ser, es decir, amo en el otro algo que presenta, experimentó o anhela mi propio yo. Ahora bien, también puede suceder que observe en el otro algo que no me gusta de mi mismo, entonces acontece en mi un rechazo a ese otro semejante, que en realidad tan sólo me señala o recuerda ese conflicto propio, de tal forma, que desprecio o recrimino a la pareja lo que en verdad quisiera cambiar en mi . Por ejemplo: una mujer que discute frecuentemente con su marido porque éste cuando se cambia de ropa al llegar a casa, deja siempre sus prendas, en vez de guardarlas en el armario una vez aireadas, en las sillas del comedor o en el sofá; a medida avanza la conversación relata, un tanto sorprendida, que una de las cosas que más le irritan de si misma es la costumbre de dejar su ropa, cuando se cambia de vestido o se pone el pijama, encima de la cama y luego en el momento de irse a dormir encontrarse con toda esa ropa que no le apetece nada colocar entonces.
Asi pues, mucha de la agresividad que se genera en las parejas proviene de una falta de tolerancia o reconocimiento del propio hacer que se proyecta en el hacer ajeno.
Al mismo tiempo, esta clase de indentificación narcisista va a determinar la relación de pareja cada vez que ésta se encuadre en una dualidad, y ésa es precisamente la tendencia más fuerte que esgrime toda relación de pareja: los amantes quieren escapar del mundo, excluirse de todo aquello que no sea su historia de amor. Sin embargo, esta inclinación al “sólo tú y yo”, tan celebrada en todas las cenas de enamorados, abre de par en par los rieles de la agresividad. Vivir en una relación de dos genera la ilusión de que somos seres completos, porque el amor correspondido nos conduce de vuelta a esa fantasía infantil de ser uno mismo su propio ideal, donde no es necesario cambiar nada porque los ojos de quien me ama igual me atribuyen las más bellas virtudes. Así, dos personas que antes de conocerse tenían sus aficiones y prácticas de tiempo libre, buscaban amistades con quienes compartir actividades, se embarcaban en nuevos proyectos que ocupaban sus ambiciones, en definitiva, disfrutaban de su vida entre otras, al iniciar una relación de pareja comienzan por abandonar progresivamente cada una de estas facetas, unas veces porque “hoy no me apetece”, otras veces porque “no vayas hoy a inglés, quédate conmigo y vemos una película”. Como vemos, en nosotros habita una tendencia ,cada vez que entablamos una relación amorosa, a transformar la riqueza de ser dos, semejantes y diferentes, en la enajenación de ser uno; ideología que claramente expresa el uso del término “ media naraja”.
De esta forma, las agresiones que algunas parejas se infieren son en ocasiones un torpe intento por separarse, por despegarse de esa célula narcisística que ambos conforman.
Más aún, estas relaciones duales basadas en una ilusión de completud rezuman exigencias idílicas y grandes cuotas de envidia, caminos ambos que promueven la agresión.
• AMBIVALENCIA AFECTIVA
La hostilidad representa la reacción inicial, primitiva, en tanto primera, del yo frente al exterior, de hecho en el mundo antiguo las palabras extranjero y enemigo eran sinónimos; el Imperio Romano, por ejemplo, consideraba a todos los pueblos que no formaban parte de él como pueblos bárbaros. Emulando a Heráclito diremos, que la discordia fue antes que la armonia, que el odio siempre es antes que el amor.
Cuando esta hostilidad se dirige a quienes son al mismo tiempo seres queridos hablamos de ambivalencia afectiva.
La vida en pareja es además, como cualquier otra relación, la expresión de un límite a nuestras satisfacciones inmediatas y toda restricción de nuestras apetencias genera en nosotros agresividad.
Esta presencia de inclinaciones hostiles hacia quien se ama intensamente, e incluso por quien se alberga sentimientos de gratitud, no es en general bien tolerada por ningún humano; pero algunas personas encuentran insoportable esta presencia de tendencias agresivas hacia sus seres queridos y tienden a desviar, algo que todos hacemos en mayor o menor medida, esta agresividad sobre ellos mismos. Ahora bien, esta agresividad vuelta sobre el propio yo se transforma en sentimiento de culpa, que pulsa a nivel inconsciente por expresarse en forma de necesidad de castigo. Como vemos, el sentimiento de culpa que descubre el psicoanálisis es diferente a lo que comúnmente conocemos por ese término y que a partir de ahora llamaremos, para diferenciarlo de éste, remordimiento. Los remordimientos son siempre algo consciente y se experimentan al cometer algún acto que la lógica de la razón percibe como reprobable. Sin embargo, el sentimiento de culpa es siempre inconsciente: efecto de la agresividad vuelta sobre uno mismo que se manifiesta como una necesidad de castigo de la que nada se sabe sino por sus resultados, es decir, muchos de los comportamientos destructivos que a veces encontramos inexplicablemente en algunas parejas, precisamente cuando su vida en común comenzaba a disfrutar de alegrías ,como por ejemplo, un contrato laboral tras una larga época de extremas dificultades económicas o el advenimiento de un hijo largamente anhelado, emanan de esta culpa inconsciente y muda que demanda castigo.
La tolerancia frente a los diferentes inclinaciones que toda persona siente en relación a sus familiares produce bienestar. Cuando somos demasido morales y rechazamos en nosotros cualquier pensamiento hostil, entonces esa hipermoralidad nos conduce a la culpa, que buscará destruir para calmarse. Pensar, en el sentido de fantasear, no es hacer y la bondad se gesta en esa aceptación de la naturaleza humana como amalgama de tendencias a la par amorosas y agresivas.
• TRANSFERENCIA
La directriz que determina toda conversación es saber con quién estoy hablando, qué lugar ocupa esa persona en mi vida, si es mi amigo, un compañero de trabajo, mi vecino, mi hermana, mi marido, mi analista y en consecuencia, habrá grandes diferencias en mi forma de hablarles y dirigirme a ellos. Sin embargo, en la familia a veces sucede que se hace fácil equivocar los lugares y entonces se conversa con la pareja como se haría delante de un psicoanalista, esto es, diciendo lo primero que a uno se le ocurre y eligiendo como tema su propio acontecer vital. Curiosamente este hacer, lejos de ser una anécdota, aparece profúndamente enraizado en muchas parejas e incluso es fomentado en algunos canales para la transmisión de la cultura como es el cine, de tal forma que nos resulta cotidiano ver como él cuando llega a casa habla con su mujer de los problemas con su jefe y ella, a su vez, al regresar del trabajo le cuenta, generalmente mientras cocinan o cenan, las diatribas entre los compañeros de oficina. Y así, lo que pareciera ser una cortesía del amor es en realidad un instrumento al servicio del odio más acérrimo, porque esa agresividad frente al jefe o los compañeros de trabajo se transfiere a quien escucha y presta su cuerpo a esa batalla. Por eso, estas pseudo-conversaciones suelen acabar con la frase “bueno, no te pongas así conmigo, que yo no soy tú jefe”.
Conversar con la pareja es aprender a pensar, es decir, hablar de literatura, de cine, de moda, de física, de historia, en definitiva, de cualquier otra realidad que no sean los fantasmas que nos torturan, algo que afortunadamente en la actualidad, también tiene su lugar : la consulta de un psicoanalista.
• AFIRMACIÓN DEL NARCISIMO
La naturaleza humana no acepta de buen grado las diferencias, más aún la presencia de lo diferente le incomoda. El escollo del narcisismo, que busca reafirmarse y vive lo distinto como una crítica, perturba cualquier armonia. Muchas de las discusiones que amenazan la vida en común de una pareja estan en relación con la interferencia narcisista, donde cualquier desviación de la manera propia se percibe como una agresión.
Además, sentirse ayudado por otros, lejos de generar agradecimiento, provoca una inicial respuesta agresiva desde el yo narcisista, que desearía "hacerlo solo"; fantasía de omnipotencia que precisamente alimenta la impotencia.
• DELIRIO DE PERTENENCIA
La entrada en la civilización es por la puerta de la renuncia y se renuncia a lo que nunca se tuvo: nunca el otro fue mío, nunca fui inmortal.
Las más severas agresiones dentro de la pareja se desarrollan al caer en la ilusión de poseer al otro, acompañada por un sentimiento de celos encubierto, que se manifiesta en sus componentes hostiles. Los celos surgen en relación a un tercero y son la torpe expresión de un deseo que no se reconoce como tal, e incluso a veces su aceptación resulta intolerable para la conciencia. Por ejemplo: en vez de reconocer que desearía salir con las amigas de “mi” mujer, siento celos cada vez que se reúnen y termino discutiendo con ella; en vez de reconocer que ese hombre con quien conversa “mi” mujer me resulta agradable y estaría gustoso de entablar una amistad con él, siento celos que expreso con una actitud hóstil. En resumen, no siempre nos resulta sencillo hacernos sujetos de nuestro propio deseo y celamos en el otro lo que en nosotros no tenemos aún la fuerza para admitir como anhelo.
Ángela Gallego.
Psicóloga-Psicoanalista
Teléfono: 91.888.92.73
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