martes, 15 de julio de 2014

COMENZAR UN PSICOANÁLISIS

Comenzar análisis es una decisión, y decidir no es exactamente una sucesión de pasos, sino un trabajo sujeto a las leyes que rigen nuestro psiquismo. Cuando nos preguntamos por los resultados de cualquier decisión estamos en realidad huyendo; huida fantasma porque no se puede escapar de uno mismo. Las decisiones importantes son siempre de carácter inconsciente; y decir inconsciente significa también, que no son el producto de un hacer del todo controlado por la consciencia, sino que de alguna manera, nos encontramos en ellas; por eso, que no se toman decisiones sino que las decisiones, más bien, nos toman. Es imposible decir en qué consiste un análisis, como tampoco se puede definir la vida. Incluso, el motivo por el que decimos comenzar un análisis es tan sólo una puerta de entrada, que al progresar en la terapia se transforma. Solemos pensar que es necesario estar enfermo para acudir a un psicoanalista, y esperamos entonces a que nuestra vida se derrumbe para llegar a sesión. Lo cierto es que psiquismo tenemos todos, y el humano padece de su humanidad, o como dice Walt Whitman en sus poemas: “ese podría ser yo” ( That could be me). Un pensamiento muy extendido es hablar con los amigos y familiares de nuestras inquietudes, miedos, angustias, a tal extremo que incluso se define la palabra amistad en función de ese criterio, y calificamos como amigo a quien escucha nuestro devenir interno. Sin embargo, dicha actividad lejos está de favorecer la amistad, y menos aún nuestra salud; conversar con un amigo o un familiar de nuestra vida es, en realidad, maltratar a quienes decimos querer, pues, al igual que la alegría pasa de mano en mano, también la tristeza o la angustia son altamente contagiosas Para escuchar a otro es necesario detener nuestro propio deseo, y eso sólo ocurre en una relación analista-cliente. Cuando nuestro deseo interfiere, como sucede en las relaciones familiares, entonces abrumamos a la otra persona con un listado de consejos, que todo el mundo conoce y nadie practica, nos arrogamos la autoridad de juzgarla, y si no sigue nuestras instrucciones, la declaramos culpable de su desdicha. Estar en análisis nada tiene que ver con los consejos, sino con la producción de un deseo social, es decir, el psicoanálisis nos permite acceder a nuestra condición de sujetos deseantes; condición que está en relación con nuestra capacidad de trabajar y amar, dos parámetros que desaparecen frente a la angustia, el dolor o el miedo. Ahora bien, como el análisis es un trabajo también aparecerá el dinero, y con el dinero siempre acuden poderosos fantasmas del averno, que pueden determinar, sin darnos cuenta, todas nuestras relaciones; el dinero puede ser para nosotros todavía algo simbólico, y en ese caso lo pensaremos como excluyente del amor, y creeremos que quien cobra su trabajo no nos ama o, nos ama mal, porque nuestra madre nunca nos pidió nada a cambio, ( error, por cierto, muy peligroso, porque la madre en realidad sí pide, y algo verdaderamente caro: que su hijo siempre sea un niño y sólo la ame a ella). En consecuencia, cuando el dinero es aún algo simbólico, todavía no sólo no hemos aprendido qué es el dinero, y lo llenamos de significaciones que no tiene, sino que además, todavía no hemos aprendido a amar, y pensamos que el mundo nos debe algo, cuando en realidad somos nosotros quienes debemos al mundo. El dinero debe construirse en nuestro psiquismo como un equivalente general, que sólo sirve, y no es poco, para permitirnos comprar, además de bienes, salud y educación, es decir, el dinero nos permite acceder no sólo a la economía de los bienes (léase comida, ropa, un coche), sino también a la economía del deseo, donde además de dinero hará falta trabajar, y todavía más difícil aún, transformarse, pues no basta con pagar las clases de música, también tendremos que sentarnos al piano, y más aún, cambiar cómo pensamos que se mueven los dedos para hacerlo cantar, pues siempre ante cualquier hacer tenemos ideas previas de cómo son las cosas, de tal forma que el aprender y el transformarse son el mismo proceso. El psicoanálisis es una herramienta que transforma, y la relación con el analista es una relación verdadera, pautada por un pacto, donde el interés del profesional es hacer su trabajo, que es al mismo tiempo, la forma de amor más exquisita, pues los efectos de nuestro trabajo siempre son para otros.